Mi primera crónica como esposa infiel
Soy del norte de México, mi nombre es Liss y les contaré una historia real. Estoy casada en segundo matrimonio desde hace 17 años. Mi primer matrimonio fue un encierro ya que mi ex esposo era muy celoso y posesivo, no le gustaba que trabajara ni que saliera con amigas, hasta me aprobaba la ropa que me ponía; varias veces me ordenó cambiarme alguna blusa escotada, un vestido muy corto o un pantalón ajustado. A mi me ha gustado ser coqueta y sensual desde mi época universitaria, sin embargo, después de 5 años de casada ya me había acostumbrado a ser más reservada y discreta para no hacer enojar a mi esposo. Pensé que así debía de ser.
Después que me divorcié, me casé con un hombre totalmente opuesto, mi segundo esposo es liberal, abierto y él es quién me pide que deje salir mi interior, que viva el momento y lo que sienta, carpe diem, me dice que es un término en latín que significa eso.
Por eso en los últimos años he aprovechado para vestirme en forma sensual, mostrar mi cuerpo en ropa entallada, soy una mujer madura de 43 años muy atractiva, con senos redondos, piernas torneadas y nalgas carnosas, de piel blanca y cabello castaño claro que a veces tiño de rubio. Y afirmo, sin falsa modestia, que atraigo las miradas e interés de los hombres porque así me lo dicen y constantemente me invitan a salir en mi trabajo o me abordan en algún centro comercial y tratan de seducirme. Mi esposo me confirma constantemente que soy muy sensual y que soy un antojo para muchos hombres. Eso me excita mucho.
Con el paso de los años mi calentura aumenta, mis cuarentas me confirman que mi coquetería sigue siendo parte intrínseca de mi personalidad, ahora más madura y más segura. Mis conocidos quieren convertirse en amigos, mis amigos que ansían ser algo más, pretendientes que buscan conquistarme, que del saludo de amistad pasan a otras propuestas interpretando mi levedad y mi forma de ser como una luz verde para avanzar. Hasta mis ex, que me buscan y quieren volver a ser lo que en el pasado fueron.
Hace como seis meses apareció nuevamente en mi vida un pretendiente que tuve cuando estaba divorciada, me lo encontré en mi trabajo y hemos salido un par de veces a cenar y a tomar un café. Lo que ahora es diferente es que desde que me interesó salir con Hugo, así se llama, le platiqué a mi esposo y me sorprendió que me animo a hacer lo que yo quisiera y me alentó a dejarme seducir e irme a la cama con otro hombre con una sola condición: que le platicara todo.
Fue así que salí dos veces con Hugo, él es casado y sabe que ahora yo estoy casada, ubica a mi esposo de una vez que nos vimos. Cuando salí con Hugo, mi esposo estaba enterado, incluso vio los vestidos sexys que me puse para excitarlo, le platiqué que no dejaba de mirarme los senos y las nalgas durante la cena. Eso ayudo a que nos excitáramos y cogiéramos con mucha pasión cuando regrese a casa. Los coqueteos y platicas subieron de tono en la segunda cita y yo di pie a esos comentarios y le mostraba mi cuerpo en vestidos escotados con menor pudor.
Por lo anterior, antes de decirle que sí a una tercera invitación, reflexioné mi decisión, estaba consciente de lo que implicaba una respuesta afirmativa porque era una invitación a algo más, mis elucubraciones me llevaban a una disyuntiva de continuar o parar, “¿Está bien lo que hago?” -pensaba. “¿Debo continuar esta aventura?” -me preguntaba. Más dudas invadían mi pensamiento: ¿si alguien me ve y le dice a mi esposo?, ¿si Hugo se enamora de mí y resulta ser un tipo posesivo? No tuve todas las respuestas. Decidí continuar.
Esta vez no me vestí tan sexy como la primera ocasión, solo un vestido negro entallado que resaltaba mi silueta, con un escote que discretamente llamaba la atención sobre mis senos. Escogí un juego de brassier y pantaleta pensando que era muy probable que esta vez lo vería mi pretendiente, y con suerte para él, quizás tendría la oportunidad de quitarme estas prendas. Porque iba dispuesta a dar el paso siguiente, a dejarme seducir, a dejar vivir mi alter ego, salí dispuesta a coger con otro.
Igual que las dos veces anteriores nos encontramos en un restaurante para cenar y charlar, esta vez la sobremesa fue más breve.
Al regresar del tocador, Hugo me otea de pies a cabeza, me sonríe sin mayor recato. Al sentarme me mira fijamente –¡qué buena estas! -expresa con toda naturalidad-, se inclina para acercarse a mi cara, me pega su mejilla suavemente y con sus labios toca ligeramente mi oreja, una de sus manos acaricia mi rodilla y sube segura sobre mi pierna –me gustas mucho –susurra-, y regresa a su posición retirando la mano con la misma levedad que la acercó. El ambiente del lugar es propicio, poca gente. Realmente no me preocupa que alguien nos vea, correspondo con una sonrisa coqueta y levanto mi copa para beber un poco de vino… mi alter ego está saliendo de su contención.
-¿Vamos a algún bar a tomar un par de copas más? –Me pregunta.
-Mejor a un lugar más tranquilo -le propongo-, armándome de valor y con decisión. No estaba segura si me atrevería o no a decirlo.
-¡De veras! –Exclama casi incrédulo-, ¿a dónde yo quiera? -Me contesta preguntando después de asimilar la sorpresa que le causo mi propuesta.
Con toda tranquilidad afirmo: -sí, está bien donde tú quieras. Ambos sabíamos la siguiente respuesta… nos fuimos al hotel.
Yo di el primer paso al proponerle ir a un lugar más tranquilo. -Vamos a coger -prácticamente le dije.
En el automóvil, durante el recorrido al hotel, Hugo denotaba la satisfacción masculina de tener a su presa atrapada. Me acariciaba las piernas sobre mi vestido, seguramente pensaba en lo que vendría, lo que pasaría en la habitación; me sentía nerviosa, mi personaje escort aún no tomaba el control total de mi yo real, aún no me invadía del todo la frivolidad y la putéz de mi alter ego.
Durante el trayecto del estacionamiento al lobby, al elevador y por los pasillos, entre puertas iguales con números diferentes, sentía las miradas de Hugo a mi cuerpo, algunos toqueteos de galantería al darme el paso. Sentía su mirada cargada de libido y satisfacción, me veía los senos, las nalgas, disfrutaba con la vista lo que anticipaba disfrutaría con el tacto.
Al entrar a su cuarto del hotel, me invadió una sensación de desubicación e inseguridad.
– ¿Qué hago aquí? -me pregunté a mí misma, pero el vino y el entorno del momento ya habían sacado mi alter ego.
–Vienes a que te disfrute y te coja otro hombre -me contesté mi pregunta anterior. Me dispuse a vivir el momento: Carpe Diem.
Mi primera crónica como esposa infiel. Continuara parte 2
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